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domingo, 15 de noviembre de 2015

¿Se justifica una iglesia luterana en el Chile de hoy? ¿Tiene ella algo que aportarle a la sociedad chilena?

En la reunión constituyente del Observatorio Iglesia y Sociedad. Gentileza de Esteban Oyarzún

































Hoy 15 de Noviembre, Manuel Ossa cumple 84 años, quien ha sido mi profesor, amigo y compañero, comparto este artículo de su autoría de absoluta vigencia para la reflexión teológica luterana en Chile, y América Latina. 

Noviembre, 1997[1]

 1. Competencia versus gratuidad.

Comencemos a responder examinando la primera intuición de Lutero. Él se había hecho monje para abrirse paso hacia Dios a través de una rigurosa disciplina. Su espiritualidad se asentaba en la convicción de que la voluntad y el empeño del ser humano son factores decisivos para la salvación. Quien practicaba la virtud y se ejercitaba en ayunos, vigilias y penitencias, acumulaba méritos, es decir, se hacía merecedor de la salvación; de alguna manera la salvación era obra suya propia, es decir, resultado de su actuar.

El Dios de esta espiritualidad medieval era un calco de la imagen del príncipe o rey, quien premiaba los méritos y la virtud de sus valientes. Era un Dios que necesariamente establecía jerarquías entre sus fieles, revistiendo a unos de más gloria que a otros, o entregándoles premios mayores. Así se reproducía en el ámbito religioso la sociedad de castas, donde el valor de las personas dependía también del lugar que ocupaban en la pirámide social. Como junto con los nobles, también los comerciantes llegaban a ocupar puestos altos en esa sociedad del mercantilismo, el valor de las personas se medía también por el alto precio de los bienes que eran capaces de adquirir, es decir, en términos de trueque mercantil.

Imbuido, pues, de una espiritualidad como ésta, en la que se reproducían rasgos mercantiles y estructuras jerárquicas, Lutero se entregó durante años a ejercicios ascéticos que deberían hacerlo valioso en méritos ante sus propios ojos y ante Dios. Pero no por ello lograba acercarse a Dios, quien seguía siéndole inaccesible. En medio de esta búsqueda, Lutero leyó la epístola a los Romanos y descubrió en ella el principio de la justificación por la fe - por la fe sola. como él agregó: es decir, que Dios no toma en consideración méritos, sino justifica al creyente en forma gratuita e inmerecida, por el solo acto de su bondad. Era el descubrimiento del Dios clemente (gnädig).

 ¿Tiene algo que decirnos esta experiencia de Lutero a los chilenos hoy? Es cierto que la sociedad de castas del medioevo no existe de la misma manera entre nosotros. Pero hay algunos rasgos que se le asemejan.

“A cada cual según su rendimiento”, se deduce de la teoría económica vigente. "A cada cual según sus méritos”, dice la jerarquía de rangos y de honores que está cercana a aquella teoría económica o se deriva de ella. En el Chile de hoy, cada vez más hay que "hacer méritos" para simplemente ganarse la vida. Para ser "valioso" no basta con ser un ser humano, sino que hay que haberse "hecho valer" y tener éxito, aunque sea desbancando a otros, a codazos y en la competencia de todos contra todos. Se construye aceleradamente una sociedad en que el mercado, supuestamente libre, va ocupando el centro de todas las preocupaciones, y donde las personas pasan a tener valor según los objetos a los que tengan acceso, produciéndose una distancia creciente entre los pocos que tienen mucho y los muchos que no tienen casi nada, como también la angustia de los que se hallan entre ambos grupos, sea por ansias de alcanzar al de “arriba”, sea por temor de caer hacia “abajo”.
Aún entre personas de fe, hay tendencias religiosas que vuelven a atribuir el éxito económico y la prosperidad a una "bendición* de Dios, la cual tendría que ver con los méritos propios; como al revés, la pobreza sería de alguna manera un castigo de Dios.

Frente a estos rasgos de nuestra cultura contemporánea, me parece que la comunidad cristiana luterana podría hacer un aporte, en la medida en que vuelva a ser testigo de una experiencia de Dios tan honda como la que cambió la vida de Lutero. La experiencia de que se trata es la de un Dios distinto del que sostiene el modelo económico-cultural vigente. Un Dios que no se fija en méritos ni deméritos, un Dios que en Jesús se identificó precisamente con los que no tenían méritos de ningún tipo, con los esclavos. Con su muerte, Jesús asumió el lugar de los sin mérito, para liberarnos a todos de la postura temerosa y rebajada del esclavo y entregarnos a todos un talante de hijos, todos iguales en dignidad.

Si realmente creemos que la fuente de todo valor humano no es el mérito sino el amor gratuito de Dios, entonces va a cambiar nuestra forma de usar de las cosas que el mercado vuelca cada día con la etiqueta de “nuevo” en los escaparates de las tiendas: porque no buscaremos valorarnos mediante su adquisición y propiedad, es decir, no nos importará adquirirlas o no adquirirlas, pues no será de ellas que dependa nuestra valoración. Va a cambiar también nuestra forma de mirar a las personas y de tratar con ellas, pues dejaremos de fijarnos en la apariencia, para vernos a todos recíprocamente en aquella esencial desnudez en la que el ser humano vale por lo que es a los ojos de Dios y no por el oropel con que se adorna. Entonces nuestro testimonio de personas y de iglesia va a servir de algo a nuestros contemporáneos en una sociedad como la nuestra, donde el mercado ha tomado el lugar de un Dios que establece jerarquías y fija los valores de las cosas y de las personas.

2. Religión e interés

Una de las desviaciones que Lutero combatió en la iglesia de su tiempo fue el poder de su riqueza. En su escrito dirigido a los "nobles de la nación alemana", dice que la iglesia debería desprenderse de su poder mundano, y que, si no lo hace libremente, se le debería obligar a ello.

Esta exigencia que Lutero hace a la iglesia se deriva fundamentalmente de su experiencia de Dios. Para él, la religión no puede tener otro centro que Dios mismo y su gloria, y no interés humano alguno, ni siquiera el de la propia salvación, mucho menos intereses materiales como el del enriquecimiento o la adquisición de poder. Lutero dice: "Quienes no buscan su propio placer sirven a Dios únicamente por causa de Dios y no por cosas temporales y aún si supieran que no hay cielo ni infierno ni recompensa, con todo seguirían sirviendo a Dios por su sola causa”[2]

 Hoy en Chile se está construyendo una sociedad interesada en sacar provecho material de todo, hasta de la religión. A veces de la religión misma se hace un negocio, y se espera de la religión que ella contribuya también a la prosperidad material de quienes la practican.

Uno de los intereses que tenemos en la religión es que ella pueda acercarnos al poder. Y se tiene el sentimiento de que todo poder está vinculado con el de Dios o emana del suyo. Por eso mismo, quizás, ninguna iglesia nunca, salvo en los primeros siglos del cristianismo, ha dejado de trabar lazos con el poder establecido. Es una de las tentaciones a las que están expuestas hoy en Chile todas las iglesias. "Lo propio de toda religión [es] ponerse en el lugar de Dios, identificar la causa de Dios con la suya, la ley de Dios con la suya, "sin saber lo que hace, "estimando dar culto a Dios", cuando lo que hace es confundir el honor de Dios con su propia voluntad de poder"[3].

Es un tema difícil. Porque una cierta ayuda de los poderes públicos parece venir tan bien a la predicación del evangelio...; abre las puertas de hospitales, cárceles y escuelas, facilita la propagación del evangelio por la prensa y la televisión... Tal vez por todas estas buenas razones las iglesias han frecuentado los corredores del Congreso Nacional con ocasión de la discusión de la ley de cultos. Son razones que se pueden discutir una por una. Pero habría que hacerlo, alguna vez, - y ésta podría ser una contribución de la iglesia luterana - desde la perspectiva de la cruz.

Pues, si uno saca las consecuencias de la teología de Lutero, - más allá de su práctica, que no siempre fue consecuente con su teología -, habrá de convencerse de que el Dios de Jesús no es el Dios del poder, sino al contrario, el Dios que se revela y al mismo tiempo se oculta en la cruz de Jesucristo. La "teología de la cruz", enunciada ya en sus tesis para la Disputa de Heidelberg (26 de abril de 1518), es central en Lutero, no en el sentido de que su espiritualidad se nutra del sufrimiento, ni en el de que se desinterese de otros aspectos de la historia humana de Jesús, sino en la intuición de que la cruz, como ocultamiento y revelación de Dios, está presente en toda la vida y obra de Jesús. En su comentario a la Epístola a los Gálatas escribe Lutero que la "verdadera religión cristiana... no comienza, como otras religiones, desde lo más alto, sino desde lo más bajo"[4].

 Que Dios se oculte en la cruz de Cristo, tiene que ver con la escandalosa realidad de la cruz misma, acto de injusticia, en que Dios está del lado de la víctima. No es éste el lugar donde al ser humano se le ocurra naturalmente ir a buscar a Dios. Al contrario, se lo busca más bien en manifestaciones de poder. Por ello, el anuncio de que a Dios se lo encuentra en la víctima de la cruz es piedra de tropiezo, no sólo para la razón, sino mucho más para la práctica de todas las iglesias.

Una iglesia luterana que quiera servir a Dios y aportar algo al testimonio cristiano en el Chile de hoy ha de ser una que decididamente deje de buscar el poder y que se resuelva a actuar de otra manera, aunque su eficacia sea aparentemente menor. Si verdaderamente creemos en la fuerza del Espíritu, energía del Dios que ha resucitado a Jesucristo de entre los muertos, entonces no necesitaremos imponer la religión apelando a los intereses materiales de aquellos a quienes predicamos el evangelio, ni buscaremos la ayuda del poder para sostener las estructuras financieras o administrativas de la iglesia. La eficacia de la iglesia cristiana no se mide ni por el número de sus miembros, ni por su presencia pública en los medios de comunicaciónn, ni por el número de representantes suyos entre los parlamentarios, concejales o fuerzas armadas. En realidad, es una eficacia que no se puede medir, como tampoco se mide el tamaño de la semilla de mostaza que no guarda proporción con el ramaje que de ella viene. El Reino de Dios viene por la fuerza del Espíritu. Y para dejar actuar esa fuerza, basta comprometerse, como Jesús, por la restauración de relaciones humanas dignas, justas y solidarias , y hacerlo en nombre del Dios de Jesús, a quien se lo encuentra precisamente al afanarse en esta labor.

3. Autoridad y libre examen.

En nuestra época, en que tanto se afirman las libertades - de mercado, prensa y opinión - estamos sin saber qué hacer con una libertad que, por otra parte, es más proclamada que real, como libertad de personas. Por la vaciedad de esa libertad verbalmente proclamada, se buscan autoridades y modelos que la colmen. Por eso aparecen también maestros y gurúes. Por ello se busca iluminación de fuerzas ocultas de la naturaleza o de energías astrales. Por ello también hay pastores que gritan fuerte en las radios y en los púlpitos y buscan afirmar su autoridad propia en una interpretación literal o fundamentalista de la Biblia.

Nuestra sociedad es, por una parte, una sociedad autoritaria - pues aceptó dejarse dirigir dictatorialmente durante 17 años , pero por otra, una que se ha quedado sin orientación por la falla de todas las "autoridades" que antes la dirigían. La tentación es grande, pues, de caer en un seguimiento ciego de nuevos líderes autocráticos, sean éstos políticos o religiosos.

En la época de Lutero, la autoridad externa de la iglesia, la del poder civil y la de los peritos en derecho, suplantaba la relación del ser humano con Dios. Para orientarse en la vida, junto con la suficiencia de la sola fe, la sola gracia y el solo Cristo, Lutero tiene dos afirmaciones complementarias: por una parte, la suficiencia radical de la Palabra de Dios:
·         "sólo la Escritura es la orientadora de la existencia y ella se interpreta a si misma;
·         por otra parte, el convencimiento de la propia conciencia.

 Al dejar afirmado el principio de la suficiencia de la Palabra de Dios, llamó la atención sobre el hecho de que el único principio de interpretación de la Biblia era el testimonio que ella daba, o no daba, de Jesucristo. Por ello, impulsó a estudiar libremente (libre examen) la Escritura, es decir, sin las anteojeras impuestas por la institución eclesiástica. Siguiendo este principio de interpretación, tuvo la libertad de no aceptar como Escritura libros o pasajes donde la claridad del "Dios revelado" en el Evangelio - es decir, la palabra de la gracia y de la salvación - no aparecía.

Con ello, Lutero se opuso a toda pretensión humana de ponerse por encima de la Palabra de Dios: no hay ningún magisterio humano que pueda arrogarse el privilegio de interpretar auténticamente esta Palabra. Tampoco la Biblia en cuanto letra muerta es capaz de interpretarse a sí misma.

Por ello, aunque Lutero nos devolvió la Biblia, sin embargo nos liberó de todo biblicismo o fundamentalismo, para exhortarnos a revivir una relación libre y responsable con la voz viva del evangelio. Él afirmó así con particular fuerza el principio del papel inalienable de la propia conciencia. Recordemos su testimonio en la Dieta de Worms, cuando después de una tregua de un día, respondió así a quienes le pedían retractarse:

"Si no me convenzo por testimonios de la Escritura y razones claras, entonces tampoco puedo creerle al Papa y a los concilios, pues es claro que a menudo se han equivocado y contradicho entre sí. Por ello, las citas de la Escritura que he aportado han ligado mi conciencia y me han hecho prisionero de la Palabra de Dios. Por ello no quiero ni puedo desdecirme, pues hacer algo contra la conciencia propia no es ni seguro ni saludable"[5].

Prolongando su legado en la misma línea, pero con el aporte de una reflexión y práctica contemporáneas, tendríamos que agregar el elemento coloquial o comunicacional a los dos recién señalados de Biblia y conciencia. Donde y cuando fallan las autoridades, la condición para que la referencia al dato bíblico sea un aporte a la formación de la conciencia es la comunicación viviente con otras conciencias en la comunidad de la iglesia, en cuanto reflexión sobre una práctica de vida - lo que quiere decir examen conjunto y discusión. Allí, en la comunicación mutua, en la crítica y el discernimiento llevados adelante democráticamente, en la decepción de todas las autoridades y en la sospecha de cualquier pastor o político que quiera hacer de gurú, jefe o guía espiritual, es donde se puede buscar y encontrar orientación y donde la Biblia puede decirle algo a quienes en ella buscan a Dios.

Aquí es donde el legado luterano de la interpretación bíblica puede ser un aporte a la vez liberador y orientador para la sociedad chilena actual.

4. En vez de angustia, libertad

Pese a sus pretendidas "libertades" - de intercambio, de comunicación, de competencia -, nuestra sociedad actual es generadora de angustia, tal vez, paradójicamente, por haber multiplicado las libertades sin darle espacio ni definición a la libertad. Por tratarse de libertades sin contenido, - libertad de cualquier traba en los ámbitos financiero, económico, laboral y comunicacional -, pero sin tarea ni horizonte social, se produce en muchos, sobre todo en los pobres y en los sectores medios, la terrible sensación de que los espacios de la libertad se reducen y se angostan: no todos pueden usarlos, ni todos saben para qué son libres.

Por otra parte, en virtud de la competencia total, la pretendida libertad en lo laboral y lo económico es falsa, porque está sometida a la obligación de estar "en todas las paradas”, para no perder oportunidades que otros están más que dispuestos a coger al vuelo, apenas uno se descuide. La pérdida de libertad que se produce por la adicción a la droga es significativa de esta angustia: el joven desempleado que es adicto no puede soportar una libertad vacía y sin contenido de futuro, o una libertad vencida por la competencia feroz.

Nuestra sociedad actual exacerba, pues, el miedo o la angustia que todo ser humano siente existencialmente, por experimentarse como un ser fundamentalmente casual o fortuito o prescindible y que no tiene en sí mismo una razón suficiente para afirmarse en la existencia. El mercado laboral busca precisamente seres prescindibles...

La respuesta luterana frente a este menoscabamiento de la libertad no es directa, pero es radical. Al apuntar a que el amor de Dios es la razón fundante y la justificación de la propia existencia, señala dos cosas:

·         Una, que, pese a todos las obligaciones y esclavitudes sociales y a todas las apariencias de ser prescindible, cada ser humano tiene en sí mismo una dignidad propia y una libertad inalienable. Una fe profunda y vivida es capaz, pues, de quitarle al ser humano el miedo y la angustia originales y con ello de devolverle la confianza y el coraje que necesita para levantar una protesta radical frente a cualquier estrechamiento de la libertad por parte de los poderes políticos o sociales[6];
·         La otra, es que la libertad es una tarea y tiene un sentido. La tesis de Lutero sobre la libertad del cristiano es paradójica. Así escribe en su célebre tratado sobre el tema: "Para que podamos saber a fondo lo que es un cristiano y cuál sea la libertad que Cristo te adquirió y dio, de la cual escribe mucho San Pablo, voy a poner aquí dos temas: Un cristiano es un señor libre por encima de todas las cosas y no está sujeto a nadie. Un cristiano es un siervo útil para todas las cosas y está sujeto a cualquiera”.

Al no estar centrado en sí mismo, el creyente no achacará a culpa propia el que su libertad se vea disminuida por obra de los poderes fácticos, ni tampoco luchará por su propia libertad individual. Su fe en Dios le abre a la conciencia de que no hay libertad del individuo sin solidaridad social. Por ello, frente a los poderes sociales y políticos, afirmará que los derechos de todos a la libertad están radicados en el ser social del ser humano, vienen de la voluntad misma de Dios y se orientan a continuar su obra creadora y salvadora.

De ahí que la afirmación de su libertad coincidirá con la realización de su tarea en el mundo por cimentar los derechos del amor de Dios que son los derechos del hombre a ser libre frente a todas las cosas y no sujeto a nadie, para vivir para el bien de todas las cosas, con lo que se sujeta a todas en virtud de la libertad del amor, la que tiene tarea y futuro.

5. Las tareas políticas

En relación con la defensa de la libertad y de sus derechos, quisiera destacar por último la visión que Lutero tiene de las así llamadas “tareas mundanas”. Es lo que se ha dado en llamar la doctrina luterana de los “dos reinos”. En realidad, Lutero no tiene una doctrina sistemática sobre el tema. Pero lo que él ha desarrollado en los escritos en que critica a la iglesia renacentista, al
monaquismo y a los movimientos políticos exaltados de su tiempo, permite, según Ulrich Duchrow[7] , el siguiente esquema

Lutero no separa lo espiritual de lo mundano, sino que, retomando la tradición apocalíptica, contrapone el reinado de Dios con el poder o reino del Maligno. La lucha de Dios contra este enemigo suyo se desarrolla en dos dominios o “regimientos”: el del mundo y el del espíritu, tan íntimamente unidos como el cuerpo y el alma.

El dominio del espíritu es obra exclusiva del Espíritu mismo de Dios que constituye a iglesia verdadera, da a cada individuo la justificación y prepara la vida eterna. Este dominio espiritual no se confunde con institución eclesiástica alguna, pues la iglesia verdadera es oculta y espiritual.

Para la vida en el mundo y la lucha contra el mal en este dominio, Dios ha dotado al hombre de razón, la cual es participación en la bondad y verdad de Dios mismo. En lo individual, el oficio mundano del cristiano es el lugar de su vocación divina, (Beruf es Berufung), y este oficio no es inferior al de la vida monástica. En el nivel social. Dios se sirve de instituciones como la iglesia (con el don de su Palabra, pero no con el ejercicio de poder ni el goce de privilegios), la Política (con el don de la razón y el uso "extraño" de la "espada") y la Economía (en que nuevamente se encuentra al don de la razón).

La distinción introducida entre los dos "regimientos" o dominios no es, pues, de oposición - como la que existe entre los dos "reinos" - sino de complementariedad, sin confusión, entre la acción directa de Dios y la obra humana, individual o social. Con esta distinción, queda excluida toda identificación de alguna "obra" humana (como el monaquismo o una intervención política de la iglesia) con la acción de Dios. La obra humana se realiza gracias al uso de la razón y tiene como objetivo último combatir las consecuencias individuales, políticas y sociales del pecado. Pero, aunque dirigida al Reino de Dios, nunca obra alguna humana podrá tomar el nombre de Dios para justificarse o reivindicarse. Por eso Lutero, que inspiró inicialmente el movimiento de los campesinos de Tomás Müntzer, se distanció luego de la cruzada bélica de este pastor iluminado[8].

En un país como el nuestro, en que por una parte cunde la desilusión con respecto a la política, y por otra parte hay tanto que hacer para que los derechos humanos entren en vigencia, y para pasar de la llamada "democracia tutelada" a un cierto tipo de verdadera democracia participativa, una iglesia cristiana, como la luterana, tiene una función importante al alentar y apoyar en sus miembros una participación plena, según la vocación de cada cual, en la construcción de la sociedad civil. Esa tarea mundana es vocación divina, sin separación, pero también sin confusión.

A manera de conclusión.

¿Se justifica una iglesia luterana en Chile? Si cada uno de nosotros puede dar sus propias razones por la que, siendo cristiano, es luterano, entonces se justifica una iglesia luterana en Chile, por lo menos para cada uno de nosotros. Si además podemos reconocer que entre los temas recién expuestos hay algunos que son útiles para los chilenos, cristianos o no cristianos, entonces hemos hallado en conjunto una respuesta positiva a la pregunta sobre la justificación social de una iglesia luterana para la sociedad chilena. Pero la justificación teórica y doctrinal es una. La práctica es otra. Esa depende de nuestro “coraje de futuro".




[1] Charla de Manuel Ossa en la Convención de la IELCH , Buen Samaritano, Noviembre 1997
[2] In De servo arbitrio, G.W. XXII, 133s, cit. por Philip S. Watson, Let God be God, Fortress Press. Philadelphia, 1947
[3] J. Moingt, El hombre que venia de Dios, vol. II, p. 188. Esta afirmación general se vincula con el pecado que la religión cometió contra Jesús. El contexto inmediatamente anterior del párrafo citado de Moingt es el siguiente: *EI pecado es todo secuestro de la divinidad de Dios, toda usurpación de su soberanía, todo intento de poner la mano sobre él y utilizarlo, de encerrarlo en un lugar e impedirle ser lo que es: el Todo-Otro. Tal fue el pecado, paradigma de todo pecado, perpetrado contra Jesús por unos hombres de religión, que "no saben lo que hacen" precisamente porque han sido engañados por ella".
[4] cit. según o.c. de Watson, cap. IV, nota 7
[5] Cit. según Friedrich Wilhelm Katzenbach, Christentum in der Gesellschaft, Hamburg, 1976, tomo II, p. 5º. La traducción es mía
[6] Hegel ha escrito: “Recién con Lutero comenzó la libertad del espíritu en su meollo”, cit. Gottfried Maron, “Von der Freiheit eines Christenmenschen – Die bleibende Bedeutung Martin Luthers” en Wort und Sakrament, Anstöße und Anregungen zum Luther-Jahr, en Jahrbuch des Ev. Bundes XXVI, Göttingen, Vanderhoeck & Ruprecht, 1983.
[7] Ulrich Duchrow en Zwei Reiche und Regimente, Hrsg. von Ulrich Duchrow, Gutersloh 1977, p. 11- 17.
[8] Cf. o.c. Zwei Reiche... • p. 22. Es de notar que desde el s. 19 se ha deformado el pensamiento de Lutero trasladando su dualismo de los reinos a su distinción de los dos regimientos, el espiritual y el mundano, como si Lutero hubiera escindido el uno del otro. De ahí se ha desarrollado una interpretación de la enseñanza de Lutero, según la cual hay separación entre los dominios de lo personal, lo interior, la conciencia, la piedad, que sería el dominio o regimiento del espíritu -, por una parte, y lo objetivo, lo natural, el deber, el derecho, - regimiento del mundo -, por otra parte, y se ha confinado el cristianismo al primero de los dos dominios. De esta manera, el derecho, la economía, la política serían asuntos "mundanos'', más aún "paganos'' (R. Sohm) que tienen su propia autonomía (Eigengesetzlichkeit, M. Weber) y donde el Sermón de la Montaña no tiene nada que decir. Las consecuencias de esta interpretación de la enseñanza de Lutero han sido graves en todos los lugares y momentos donde las iglesias luteranas han dejado sin crítica que poderes estatales y la razón de estado, supuestamente "autónomos", pisoteen derechos humanos fundamentales, como en la Alemania de Hitler en los años 30 y en el Africa del apartheid... Es cierto que él mismo parece haber dado pie a esta interpretación equívoca, al defender, por una parte, la libertad de conciencia y de religión contra los príncipes con el argumento de que estas libertades pertenecían al "regimiento" del espíritu, el cual no sería de la competencia del príncipe: y al dar instrucciones, por otra parte, respecto al apoyo de los príncipes al orden, visitación y administración de las iglesias. Este hecho muestra, o bien una cierta inconsecuencia de su práctica con su doctrina o una doctrina no suficientemente elaborada en este punto. Cf. o.c. F.W. Katzenbach, Christentum in der Gesellschoft, t. II, cap. VIII

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